sábado

Belleza

A Sumire no se la podía calificar de belleza en el sentido convencional del término. Tenía las mejillas hundidas y la boca un poco demasiado larga. La nariz era pequeña, ligeramente respingona. Era muy expresiva y le gustaba el humor, pero raras veces se reía a carcajadas. Era bajita y hablaba en tono agresivo incluso estando contenta. Un lápiz de labios o un delineador de cejas no creo que los hubiera utilizado en toda su vida. Que hubiese tallas de sujetador dudo que lo supiera a ciencia cierta. A pesar de ello, Sumire poseía algo especial que cautivaba a los demás. Soy incapaz de explicar con palabras en qué consistía. Pero, al mirar sus pupilas, siempre podías verlo allí reflejado.

Fotografías

Detestaba con todas sus fuerzas que la fotografiasen y tampoco abrigaba el deseo de
legar a la posteridad un «retrato del artista adolescente». Si tuviera una fotografía de la Sumire de aquella época, ésta sería, con toda seguridad, un documento único sobre uno de los ejemplares más peculiares de la especie humana.

viernes

Citas textuales

 En aquella época estaba totalmente metida en el mundo de Kerouak. Cambiaba de forma periódica de ídolo literario y, por aquel entonces, le tocaba el turno a un autor un poco «fuera de temporada»: Kerouak. Siempre llevaba embutidos en los bolsillos En el camino Lonesome Traveler y los hojeaba en sus ratos libres. Si descubría un párrafo excelso, lo marcaba con lápiz y lo memorizaba como si fuera un valioso nutra. Entre estos párrafos, el que más le robó el corazón lo encontró en Lonesome Traveler, en el capítulo sobre la guardia para la prevención de incendios forestales. Kerouak pasó tres meses solo, como guarda forestal, en una cabaña que estaba en la cima de una alta y perdida montaña.
Sumire me citó el párrafo.
«El hombre, al menos una vez en la vida, debe perderse en un erial y experimentar una soledad absoluta, sana, un poco aburrida incluso. Y así descubrirá que depende completamente de sí mismo y conocerá sus capacidades potenciales.»
—¿No te parece fantástico? —me dijo—. Todos los días plantado en lo alto de una montaña mirando trescientos sesenta grados a tu alrededor, hasta donde alcanza la vista, vigilando que desde ninguna montaña se alce una humareda negra. Y ése es todo tu trabajo. Aparte, puedes leer cuanto quieras, escribir novelas. Al llegar la noche, grandes osos peludos merodean por fuera de la cabaña. Ése es, exactamente, el tipo de vida que yo quiero llevar. 

sábado

Leos Janacek Sinfonietta WDR-Sinfonieorchester (2007)